La palabra esencial: "Hija única", de Mariela Ríos Ruiz-Tagle







Por Lilian Elphick


Sólo soy una palabra esencial, pequeña y libre, como la evanescente vida.


Este epígrafe inicial del libro Hija Única, de Mariela Ríos Ruiz-Tagle, es fundamental para entender qué es un microcuento o minificción o microrrelato, el género literario de los mil nombres, el modo de escritura que no admite ser encasillado, chúcaro, rebelde; antes, marginal, en la periferia de la literatura, donde el cuento y la novela eran los únicos canonizados; hoy, diría, una manera de ser, un andamio estable de la imaginación, un género que ha crecido considerablemente en los últimos 20 años, posicionándose en el ámbito social y cultural de muchos, muchísimos países, interviniendo el espacio público, redes sociales y otros órdenes culturales. Basta nombrar el concurso Santiago en 100 palabras.

El microcuento, sin embargo, no es nuevo. Vicente Huidobro, Rubén Darío, Borges, Cortázar, por citar sólo algunos nombres, ya habían escrito textos mínimos, breves e intensos, que no ostentaban el nombre de ‘microcuento’. Darío los nominó ‘cuadros’ en prosa, publicados en un diario de Valparaíso en 1887 e incorporados al libro Azul en 1888. En Cuentos breves y extraordinarios, antología hecha por Bioy Casares y Jorge Luis Borges, se señala en una Nota Preliminar que: “Hemos interrogado (…) textos de diversas naciones y de diversas épocas, sin omitir las antiguas y generosas fuentes orientales. La anécdota, la parábola y el relato hallan aquí hospitalidad, a condición de ser breves. Lo esencial de lo narrativo está, nos atrevemos a pensar, en estas piezas (…)". Esta antología fue publicada en 1953.

En 1979, Julio Cortázar publica el texto “Amor 77”, incluido en Un tal Lucas. Se trata de una narración de sólo 29 palabras y sería injusto no citarlo aquí:


Amor 77

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.


Como se aprecia, aquí hay pura esencialidad, pequeñez y libertad, parafraseando el epígrafe inicial del libro de Mariela. La esfera literaria se abre a nuevas lecturas, el lenguaje se condensa, surge la extrañeza.
 
El microcuento, al ser breve, debe también ser un latigazo que hiera y abra la dura corteza del lector/a. El texto “Hija única” es ejemplo de esto:

Mi madre, mi padre, mis hermanos, mis hermanas, mis abuelos, mis tíos, mis tías, mis primos, mis primas, mis sobrinos, mis sobrinas,— y yo—, en una casa, un patio, una calle, cualquier lugar de la ciudad de Santiago. Esa es la foto que me habría gustado tener, esa es la foto que nunca fue tomada.


Lo que nunca fue, el silencio desgarrador, la soledad, construyen y deconstruyen este texto. El tiempo parece inamovible dentro de su total fugacidad, asunto que se repite en otros microcuentos del libro de Mariela. Hijas únicas, huérfanas, mudas, sin sombra, desamadas, nostálgicas en illo tempore, las que no permanecen.


Veamos estos textos:

Agua invisible

Las casas, los vestidos, los caminos, los libros, los fuegos, las pinturas, los templos, los vientos, las cacerolas, las modas, los árboles, las estrellas, los televisores, los caminos, las bolsas de té, las maderas, las montañas, los metales, las culturas, las tierras, los relojes, los mares, los cuerpos, los seres, los espíritus, se evaporan, se funden, se disuelven sobre agua invisible.



Un café para recordar

Sueño con volver al Café Torres. Caminar por la Alameda con mi padre. Sentarnos a observar las fotos antiguas desde una mesa con mantel blanco y el florero adornado con radiantes gladiolos. Observar los rostros jóvenes en los espejos.

Sobre los diarios desparramados en el suelo, una bolsita de café me recuerda que estoy cesante.

Hoy iré a visitar a mi viejo, y como siempre, dejaré sobre su tumba esos maltrechos gladiolos que corté por el camino.



En ambos microcuentos se fortalece el tópico de la disolución; el primero tiene una connotación existencialista y espiritual: tanto la naturaleza como todas las construcciones humanas desaparecen en el vórtice del agua invisible. Lo importante aquí es la lectura profunda que el lector/a debe realizar desde la omisión, porque hay algo más en este microcuento, algo que supera la mera anécdota. En cambio, en “Un café para recordar” se presenta un estado pasado positivo y uno actual de connotación negativa, de desmejoramiento: el padre ha muerto, está disuelto, y las flores se han marchitado. Obsérvese que el gladiolo es una flor típica de cementerio, al menos en Chile, pero también es indicador de un status social. El/la narrador/a está cesante y vaga no sólo por la urbanidad santiaguina, sino también por los recovecos de la memoria, en actitud de evaporación. Este excelente microcuento tiene varias aristas de significado y golpea a quien lo lee desde la soledad familiar y el desamparo social y donde el tiempo, Cronos, devora a sus hijos, destruyéndolos, disolviéndolos sin posibilidad alguna de reparación. Es interesante advertir que en “Agua invisible” es el tiempo Aión el que cruza la narración. El Aión es el tiempo sagrado, ilimitado, poroso, indivisible e infinito. En “Un café para recordar”, sólo Cronos se instala en un pasado, presente y futuro implícito, omitido, en silencio, en la escritura.

Interesantísimo por sus acrobacias temporales es “Encuentros lejanos” en donde un personaje histórico, real, como lo es Manuel Rodríguez, abandona su tiempo –aunque no del todo- y se instala en el presente híper contemporáneo de la tecnología.


Encuentros lejanos

Deja estacionado su caballo en la calle, junto a los autos. Entra a un ciber y se sienta frente a un computador.

El tiempo no pasa.

Ingresa una joven mujer, vestida y maquillada estilo gótico. Encuentra una montura sobre la silla vacía. Mira la pantalla del computador. El chat está abierto y lee:

Nos encontramos en Til Til. Un abrazo, Manuel.




El personaje Manuel llega a la era tecnológica trayendo consigo un caballo y una montura. Se dice explícitamente que “el tiempo no pasa”, congelando al personaje en tierra de nadie. Cuando la mujer joven entra al chat, él ya no está, se ha disuelto. El mensaje que deja es estremecedor: “Nos encontramos en Til-Til”, lugar de muerte, de asesinato. Es la bala incrustada en la espalda de Manuel Rodríguez la que rebota y nos hiere a nosotros los lectores; es esta omisión la que revela el microcuento y lo hace crecer y explotar de significados.

Debo mencionar aquí los microcuentos dedicados a la memoria de Chile, particularmente en la época de la dictadura: “1973” (pg.35), “Alma en pena” (pg 84), “A Rodrigo Rojas De Negri” (pg. 123), “Toque de queda” (pg. 131). El microcuento “Alma en pena”, como otros textos, establece la conexión entre un pasado y un presente degradados, y en donde el futuro, omitido en la materia narrativa, también se yergue trágicamente. El personaje es un errante eterno desde la muerte violenta. Desde su invisibilidad constata un espacio tan urbano y reconocido como lo es la Plaza de Armas de Santiago; también, constata el daño infringido hace 40 años y, como si nada hubiese sucedido, “el cielo azulado es el mismo para todos”. La vida continúa con esa marca de hierro candente, con ese lacre hirviendo, entremedio de la algarabía del centro de la ciudad y, por extensión, de un país completo:


Alma en pena


Todo el tiempo salgo a caminar sin rumbo por el centro de Santiago. Me siento en mi lugar preferido de la Plaza de Armas, rodeado de perros, palomas y algunos jubilados de rostros pálidos. ¿Será posible que algunos de ellos sean los que me golpearan brutalmente, me maltrataran a patadas y culatazos, me torturaran sin piedad, me escupieran e insultaran, aquel día de septiembre hace 40 años? Mi alma en pena, como siempre, es invisible. Arriba, el cielo azulado, es el mismo para todos.



El libro Hija única está escrito con fuerza e imaginación. Cada texto tiene varias lecturas y muchos son verdaderos knock-outs para el lector desprevenido. Mariela trabaja la ironía, la melancolía, la nostalgia, el mundo espiritual y el amor/desamor sin caer nunca en el lugar común. Algunos de sus microcuentos sorprenden por su ambigüedad y quiebran sus propios límites, yendo más allá de la materia narrada y poética. Nos enfrentamos a un océano de palabras y ahí nos disolvemos y renacemos con otra mirada, más sincera quizás. No me queda sino agradecer a Mariela su escritura, su capacidad de concentración literaria y sus vueltas de tuerca. Como dije, el epígrafe inicial sintetiza el libro: Sólo soy una palabra esencial, pequeña y libre, como la evanescente vida.

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Presentación del libro de microrrelatos Hija única, de Mariela Ríos Ruiz-Tagle, Santiago de Chile, septiembre de 2016.


Hija única, de Mariela Ríos Ruiz-Tagle
Microrrelatos
Editorial Segismundo
Santiago de Chile, 2016